Pablo Jacovkis es licenciado y doctor en matemáticas por la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Se especializa en modelos matemáticos computacionales interdisciplinarios. Tiene una larga trayectoria académica y científica como profesor de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales y de Ingeniería de la UBA. Fue director del Departamento de Matemática de la Facultad de Ingeniería y director del Instituto de Cálculo, secretario académico y decano durante dos períodos (1988-2002 y 2002-2006) en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. Fue además presidente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Actualmente es profesor emérito del Departamento de Computación (DC) de Exactas-UBA y secretario de Investigación y Desarrollo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF). Para saber más sobre su Bio ver la Semblanza escrita por Rodrigo Castro.

Continuando con esta sección de entrevistas a profesores eméritos y consultos, recorremos un poco algunos de los proyectos y aportes académicos del profesor Jacovkis, su especial interés por la historia de la computación y su destacada labor en la creación del Doctorado en Ciencias de la Computación del DC.

Durante tu extensa trayectoria, una importante línea de trabajo consistió en el desarrollo de modelos matemáticos computacionales en hidráulica. ¿Podrías contar sobre la aplicación de estos trabajos?

La mayor parte de esos trabajos los hice como consultor privado, ya que fui socio de un estudio de consultores de un grupo multidisciplinario (con geólogos, físicos, meteorólogos e ingenieros) que se dedicaba a brindar ese tipo de soluciones, tanto para el Estado como para empresas privadas. De hecho, modelicé el Río Paraná, el Río de La Plata (éste en forma bidimensional, ya que no se puede hacerlo unidimensionalmente), el Río Uruguay aguas arriba y aguas abajo de la Represa de Salto Grande, el río Negro y sus afluentes el Limay y el Neuquén, el río Colorado, el río Futaleufú y otros (además del río Amazonas). 

Generamos diversos modelos relacionados con recursos hídricos para entender cómo se comportaban algunos ríos y poder simularlos. Uno de estos trabajos fue de optimización lineal y no lineal, y optimización discreta con modelos para poder determinar qué represas valía la pena construir sobre estos ríos, de acuerdo a un análisis global de la cuenca. Y además trabajé en modelos hidrodinámicos con fondo móvil y con partículas suspendidas. Creo que estos aportes de modelización son seguramente los motivos por los cuales el año pasado me nombraron miembro académico de la Academia Nacional de Geografía.

Algunas de esas modelizaciones fueron con métodos originales, incluso usamos el lenguaje Pascal (que es posible sea el primer uso de Pascal en Argentina en actividades profesionales, ya que recién se creaban las primeras PCs). Mi tesis de doctorado en matemáticas en Exactas fue sobre modelos numéricos en redes fluviales, con un enfoque original y eficiente que yo había probado que se podía hacer, y ya había aplicado profesionalmente. Es un ejemplo curioso de una tesis de doctorado que surge de un trabajo profesional, no de algo teórico.  

La vuelta de la Democracia al país coincide con tu retorno al ámbito académico…

Sí, durante la época de la Dictadura Militar trabajé como consultor privado y al restaurarse la Democracia mantuve durante muchos años, hasta mi nombramiento como Decano de Exactas, una doble pertenencia: trabajé con dedicación semi-exclusiva en la Universidad de Buenos Aires, primero como profesor e investigador en el Departamento de Matemáticas de la Facultad de Ingeniería y después como Director del Instituto de Cálculo y profesor del Departamento de Computación. Y además trabajaba profesionalmente. Entonces mi actividad se puede resumir como matemática-computacional aplicada (ver artículo de Jacovkis “Matemática Aplicada, Computación, Interdisciplina” en Reseñas de Ciencia e Investigación 2014).

Toda esta actividad (salvo la docencia e investigación) cesó en 1998 cuando fui electo Decano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, ya que era imposible compatibilizarla con la gestión en la Facultad.

Cuando fuiste nombrado como Director del Instituto de Cálculo en 1988, ¿pudiste potenciar estas líneas de trabajo que comentás con una fuerte aplicación en problemas tanto de la sociedad como del sector productivo? ¿Cómo influyó la creación del DC en el devenir de la computación nacional?

Al principio el mayor fuerte del Instituto de Cálculo (IC) estaba en la estadística, porque varios profesores de estadística ocuparon cargos en el Instituto. La idea es que hubiera una pequeña masa crítica de profesores propios del IC y que además pudieran participar profesores de Computación y de Matemática (que en los últimos años se amplió con profesores de otros departamentos).

Cabe destacar que el IC había sido la columna vertebral de la computación en Buenos Aires, entre 1957 y 1966 (o sea entre la fecha en que se creó y el golpe de Onganía). Después de eso el IC se dedicó a actividades administrativas. Cuando se decidió recrear el IC en 1988 se decidió hacerlo con la idea fundacional de Sadosky pero teniendo en cuenta unos cuantos cambios. Uno de esos cambios fundamentales es que se había creado el Departamento de Computación (DC) en 1985 a instancias de Hugo Scolnik. Entonces no tenía mucho sentido que el IC fuera la columna vertebral de la computación, sino que ese rol lo tomó obviamente el DC. Pero lo que sí se mantuvo es la base interdisciplinaria de aplicaciones importantes que surgieran de los grupos del IC.

Un poco antes de ser director del IC, entré al DC primero como profesor asociado y después como profesor titular por concurso. Allí dicté Métodos Numéricos y ya cuando era decano hice una apuesta que no sabía cómo iba a resultar (y finalmente funcionó) que fue virar hacia una materia optativa de Computación, Ciencia y Sociedad en Argentina, y otra de historia de la computación. Tuve muchos alumnos, considerando que era una materia optativa, y coincidió con que yo estaba muy interesado y había estudiado estos problemas de historia de la ciencia y la tecnología en Argentina y en el mundo. Los avatares políticos en nuestro país afectaron a varias disciplinas, pero sobre todo en Computación fue algo muy grave porque era una disciplina incipiente y con el golpe de Onganía fue interrumpido su desarrollo casi al nacer. 

Dr. Pablo Jacovkis

Entonces a partir de diciembre de 1983 hubo un gran esfuerzo en el área de Computación por parte de una serie de personas (Hugo Scolnik, Irene Loiseau y otros). Era un ámbito donde estaba todo por hacer, a diferencia de lo que sucede en la actualidad, ya que el DC está consolidado (y se trabaja mucho y bien sobre bases muy sólidas). Creo que la generación de estudiantes de hoy no tiene muy clara la proeza que significaba trabajar en computación académica en el país en la década del 80, con muchísimas dificultades presupuestarias y de desinversión en el área, y cómo un conjunto de jóvenes que todavía no se habían recibido lograron cosas sumamente valiosas; como, por ejemplo, a pesar de este panorama lograron traer Internet a la universidad. Muchas de estas cosas las cuento en el libro “De Clementina al Siglo XXI: Breve historia de la Computación en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA”.

¿Por qué te interesó la historia de la Computación en Argentina, dado que no hay muchas personas que se dediquen a investigar y escribir sobre estos temas, qué fue lo que te atrajo?

Primero porque fui profesor en actividad y soy profesor emérito del DC y me interesaba la relación entre ciencia, tecnología y sociedad en general. Las preguntas sobre por qué hicimos ciertas cosas y por qué fracasaron otras, en computación en particular, siempre dieron vueltas en mi cabeza, me fascinaron.  Y segundo, porque uno de los aspectos más notorios es que cuando empecé a trabajar en temas de historia de la computación, todavía algunos padres de la computación estaban vivos (tanto en Argentina como en el mundo). Trabajando en historia de la computación fue un privilegio poder conversar con pioneros y referentes, mientras escribía esa misma historia. Era como si me hubiera dedicado a historia de la química y Lavoisier hubiera estado vivo todavía. O a la física, y Newton también lo hubiera estado. Y esto sucedía contemporáneamente, a fines de los años 90 y principios del 2000.

Un claro ejemplo en la Argentina es Manuel Sadosky pero hay muchos otros pioneros y pioneras que destacar…

Así es, Sadosky falleció en 2005 y en esos últimos años estaba muy activo. Yo podía hacer consultas con el propio Sadosky y con Rebeca Guber, lo cual fue una gran oportunidad. Ambos fueron el “matrimonio académico fundacional” de la computación en Argentina. Y todavía estaban vivos los primeros computadores científicos, que se recibieron en 1964. Además de poder buscar las actas del Consejo Directivo de Exactas (que están casi todas digitalizadas), pude conversar o enviarles un mail a personas valiosísimas que participaron en las primeras épocas, consultándoles cosas o detalles puntuales de acontecimientos. Para mí entender lo que pasó en los años 60 en el Instituto de Cálculo fue muy útil. Y a mí siempre me gustó la historia, ya que trabajar en historia de la ciencia me permitía -con mi experiencia científica- disfrutar de la propia historia y de contarla (me da la sensación de que el último referente histórico de Computación en el país fue Simón Altmann, uno de los creadores y organizadores del IC; fue quien redactó los pliegos de la licitación de la computadora científica Clementina, y falleció en septiembre del año pasado a los 98 años).

Muchas de las cosas que contás en tus libros y artículos, sobre todo en los años 80 y 90, son acontecimientos que viviste en primera persona. Y no es sencillo el desafío de tomar cierta distancia de esos acontecimientos, pero lo lográs en el relato sin caer en cierta subjetividad. ¿Cómo ves el hecho de haber participado en esa época y al mismo tiempo tener que relatarla como parte de la historia de la computación?

Normalmente trato de conseguir el mayor distanciamiento posible para mirar las cosas, y olvidar amistades y enconos personales. Creo que la gente puede ser valiosa independientemente de que se lleve bien o mal con uno. Seguramente con la edad me he vuelto más sereno en ese aspecto. Y creo que he podido seguir la historia desde ese punto de vista.

En la Argentina siempre hubo un montón de grietas, antes de la grieta actual hubo grietas anteriores. Un ejemplo es que, en el comienzo de la Computación, aparte del grupo de Exactas con Sadosky y compañía, estaba un grupo ideológicamente de derecha relacionado con la Universidad Católica y los militares, que originariamente tenía más que ver con la investigación operativa (que salvo para problemas muy elementales no se puede hacer sin computación). Esos dos grupos estaban bastante distanciados. De alguna manera ese comienzo podría haber sido más coordinado, y fue más bien segmentado por esta grieta. De hecho, la actual Sociedad Argentina de Informática (SADIO) es la ex Sociedad Argentina de Investigación Operativa, que fue la formada por este grupo más relacionado con la Universidad Católica y los militares, mientras que la asociación formada por Sadosky y su grupo, la Sociedad Argentina de Cálculo, luego desapareció y se subsumió en la otra sociedad, es decir que en este momento representa ambos orígenes. 

Cambiando un poco el eje de la entrevista, quería preguntarte sobre tu rol fundamental en la creación del Doctorado en Computación de la UBA, ¿cómo fue ese proceso y qué dificultades hubo?

En los años 90 fui el primer representante de la Comisión de Doctorado del DC en la Facultad. Gracias al apoyo de una serie de personas (entre las que se destaca el profesor Jorge Aguirre) y del proyecto FOMEC de esa época (proyecto que dirigió Irene Loiseau) se pudieron empezar a doctorar estudiantes con un esfuerzo muy grande. Era un caso muy distinto al de Brasil, que tenía mucho presupuesto e inversión en el área, ya que enviaban a mucha gente al exterior.

La verdad es que nosotros no podíamos hacer eso en Argentina, primero porque no había fondos, segundo porque si se iban con becas de doctorado ofrecidas por otros países disminuían las posibilidades de que volvieran a nuestro país con los sueldos bajos que había.

Entonces nos arriesgamos a la patriada de hacer un doctorado de Computación en Buenos Aires con estadías cortas en el exterior. En ese momento había muy pocos profesores doctores. Una personalidad importante fue el profesor Carlos Alchourrón, abogado dedicado a la lógica (que lamentablemente falleció tempranamente) y tuvo mucho que ver con el desarrollo del campo disciplinar. De a poco los estudiantes de doctorado se empezaron a doctorar, y de a poco el DC comenzó a ser un Departamento con una cantidad de doctores similar a otros departamentos de la facultad, a hacer ciencia de calidad y ser un lugar ameno para trabajar. El DC dejó de ser visto como un Departamento con dificultades y pasó a ser un Departamento muy masivo con atracción de gente que quiera trabajar allí.

Yendo un poco más a la actualidad, ¿cuál es tu opinión sobre el nuevo plan de estudios de la Licenciatura en Ciencias de la Computación, aprobado recientemente?

Me parece que está muy bien, es un plan muy adecuado y muy consensuado en la comunidad académica. El plan 1993 fue muy valioso, el hecho de que haya durado estos 30 años indica su validez, pero es claro que había que cambiarlo. Sobre todo por la velocidad a la que avanza la computación y con todo el fenómeno de la digitalización y la masividad de las aplicaciones actuales. Y además el DC participó también activamente en la creación de la Licenciatura en Ciencias de Datos, que es un área donde la computación tiene mucho para intervenir.

Por último, ¿podrías comentar un poco acerca de tu rol como Secretario de Investigación y Desarrollo en la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF)?

Desde el año 2012 soy allí el Secretario de Investigación y Desarrollo. La UNTREF tiene algunas características distintas en la UBA; una de las diferencias administrativas es que no está formada por facultades sino por departamentos y además tiene las particularidades de las universidades del Conurbano. Por dar un ejemplo, hace un tiempo el rector de la UNTREF me comentó que el 84% de los estudiantes de grado de la UNTREF son primera generación universitaria (la realidad es que es muy difícil que esos chicos y chicas hubieran ido a la UBA por razones de tiempo, de gastos de viaje u otros o simplemente de sentir que no era su ámbito).

La UNTREF se destaca en ciertas áreas específicas como arte, tiene un prestigio internacional en disciplinas artísticas, tiene grupos muy importantes en el área de ciencias sociales y humanidades, y tiene algunos desarrollos muy relevantes en ingeniería, con varios proyectos PICT.

Nosotros estamos favoreciendo y protegiendo las áreas consolidadas de la universidad, y sosteniendo y haciendo crecer las áreas que aún son un poco más débiles, como ingeniería y ciencias de la salud. Por ejemplo, estamos atrayendo investigadores hacia las áreas de ingeniería en sonido, ingeniería ambiental e ingeniería en computación. Las carreras son muy prestigiosas y lo que buscamos es consolidar esas carreras con áreas de investigación específica y con cada vez más presupuesto.

Por otro lado, tenemos un proyecto destacado en el área de nutrición, con jóvenes investigadores muy entusiastas, que obtuvo un importante subsidio relacionado con “lucha contra el hambre”, otorgado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación en el contexto de la pandemia. La UNTREF articula el vínculo entre ciencias exactas y naturales y ciencias sociales, hay un movimiento muy dinámico de investigadores coordinados por el doctor Víctor Penchaszadeh (médico genetista que ha tenido un papel preponderante en cuestiones de derechos humanos relacionadas con identificación de familiares desaparecidos).

Al mismo tiempo, como muestra de este crecimiento, ahora la Secretaría de Investigación tiene una sede nueva en Palomar, en el primer edificio propio que tuvo la universidad, ya hace más de veinticinco años, y que fue readecuado a tal efecto. Y trabajamos en conjunto y sinergia con el CIDEM que es el Centro de Innovación y Desarrollo de Empresas y Organizaciones, y estamos terminando un laboratorio de innovación. 

Estamos fomentando el desarrollo, innovación, transferencia y relación con la comunidad en la Provincia de Buenos Aires, en particular el Conurbano. Tal es así que participamos en el proyecto de desarrollo sustentable “¿En qué Conurbano queremos vivir?” con varias universidades del Conurbano. Es un proyecto interdisciplinario que lanzó el Instituto de Investigación e Ingeniería Ambiental de la Universidad Nacional de San Martín (a través de los doctores Blesa y Fernández Niello). Estamos trabajando y pensando en qué sentido la ciencia, tecnología e innovación pueden dar una mano para resolver problemas del Conurbano. Naturalmente no pensamos que somos la solución ni la panacea a los problemas del Gran Buenos Aires, son problemas demasiado serios. Pero aportamos nuestro granito de arena para comprender mejor los problemas, investigarlos y buscar posibles formas de solucionarlos.