Marisa Bauza fue Profesora del Departamento de Computación (DC) desde 1998 a 2002, a cargo de Organización del Computador I y II. Es Doctora en Física (Drexel University, Filadefia), Magíster en Ciencias de la Computación (University of Miami) e Ingeniera Electromecánica con orientación Electrónica (UBA). Desde hace más de veinte años reside en Filadelfia, Estados Unidos, donde adquirió notoria experiencia tanto académica como en la industria informática. Actualmente trabaja en Cornelis Networks, como Ingeniera de Software HPC.

En esta nueva sección, inauguramos entrevistas a ex docentes que tuvieron un impacto significativo, dejando su huella en el DC, y aprovechamos para conversar con Marisa sobre su interesante paso por el Departamento y su actividad en el exterior.

Quería conversar un poco sobre tu paso por Exactas. ¿Qué significó haber formado parte del DC y cómo fue tu experiencia docente?

Me recibí en 1985 de Ingeniera Electrónica en la UBA. Y nos fuimos a vivir a Miami por trabajo en el área biomédica por casi tres años. Al trabajar en la Universidad de Miami tuve la posibilidad de hacer un Máster en Ciencias de la Computación, y al volver a la Argentina con esa formación, tuve la oportunidad de empezar a trabajar primero en Ingeniería en microprocesadores y después en Exactas.  En mi caso conocía al profesor e investigador Alberto Dams, quien nos presentó con Patricia Borensztejn, ya que en ese momento él trabajaba en la Facultad de Ingeniería con Transputers, y la tesis de Patricia había sido sobre ese tema.

Finalmente Patricia me ofreció si quería ir a trabajar al DC, porque ella ya era profesora ahí, en un área donde no había mucha gente que es Organización del Computador, orientada más al hardware y a las primeras capas de software como los drivers. Como yo tenía ese background en ingeniería electrónica me pareció una muy buena oportunidad. Y empecé en 1998. Primero trabajé con Patricia unos años, después hicimos una doble dedicación donde ella daba parte de la teórica y yo daba otra parte, porque al principio estaba en las prácticas. Sabía Assembler, Microprocesadores y toda esta parte de organización del computador la dominaba. La verdad que aprendimos de todo en clase, desde desarmar computadoras y ver componentes, hasta jugar a la batalla naval con las redes.

Tengo recuerdos muy buenos de alumnos que me desafiaron, las clases en Exactas fueron muy desafiantes. Recuerdo a Ezequiel Glinsky que después llegó a Microsoft y creció mucho, y trabajaba en grupo con Diego Garbervetsky, actual director del ICC. Jamás tuve estudiantes como los del DC, con gran creatividad e ingenio, siempre desafiantes aun usando recursos limitados. Como trabajo práctico de grupo logramos que un procesador rudimentario 486 corriera cuatro procesos por separado, todo en las capas de hardware y software, seguramente Diego y Ezequiel se deben acordar de ese TP.

Eran dos profesoras, Patricia y vos, trabajando en los temas más “duros” de arquitectura de computadoras. Claramente rompieron preconceptos instalados socialmente…

Es que hay muchas chicas, muchas mujeres a las que les gustan estos temas, a veces es la presión social o del medio, lo que puede jugar en contra, pero en mi caso eso no me importó. Nunca sentí o recibí ningún tipo de prejuicio ni aversión en el DC, además entré en un momento donde estaba creciendo el número de profesoras (Irene Loiseau, Patricia Borenztejn, Verónica Becher, Anita Ruedin, Marta Mejail, Isabel Méndez Díaz, Paula Zabala, Andrea Manna, etc.).

¿Llegaste a trabajar en temas de investigación?

Me interesaba mucho la investigación en sistemas paralelos y pensé en usar los laboratorios de computadoras que existían para los alumnos, que estaban conectadas en red, para crear una máquina paralela y evaluar su implementación, aunque no hayan sido híper rápidas las máquinas. Este tema lo trabajamos con dos tesistas de licenciatura que dirigía yo y con otro que dirigía Patricia. Uno de ellos, Gustavo Fernández, publicó su trabajo sobre implementación de un algoritmo de imágenes usando un sistema paralelo.

Uno de mis tesistas trabajó en la entrada y salida de datos comparando tiempos de computación, usó un modelo de cómputo, un sistema no lineal, e hizo un software para evaluar su rendimiento. Y otro de los trabajos fue el de la implementación de un simulador de un reservorio de petróleo, usando algoritmos en paralelo, para mejorar no solo la potencia de cálculo sino también el poder de simular estas dinámicas. En la última parte de esa tesis yo estaba en Estados Unidos, y la pudimos terminar muy bien. A ese alumno le fue tan bien con la tesis de licenciatura que finalmente hizo su doctorado sobre reservorios de petróleo. Otra tesis que ayudé a dirigir en el proceso final fue la de Adrián Anacleto, sobre el uso de Cookies para predecir comportamientos de compra (un tema muy popular en la actualidad pero no tanto en esa época). La verdad es que él se destacó en su trabajo.

Y otra tarea que me encantó en el DC fue trabajar para la Escuela de Ciencias Informáticas (ECI), gracias a que Irene Loiseau me pidió que colabore en la organización de varias escuelas. Eso me pareció buenísimo, traer a los profesores invitados, acompañarlos, ver las clases y aprender otros temas.

¿Venís a Argentina cada tanto? ¿Te seguís viendo con docentes actuales?

De los docentes me sigo viendo mucho con María Elena Buemi. Y me gusta viajar cada tanto, de hecho a fines de 2022 estuve en Buenos Aires, y pude conocer el nuevo edificio, que es realmente espectacular. Exactas se merecía semejante edificio.

¿Cómo fue tener que emigrar a Estados Unidos?

Fue muy difícil porque nos fuimos con mi marido en 2002 a Filadelfia, lamentablemente luego de haber perdido muchísimos ahorros en la crisis del 2001.

La realidad es que todo lo que aprendí en el DC me vino muy bien porque cuando nos fuimos no tenía trabajo, pero el segundo investigador principal del equipo donde estaba mi marido necesitaba desarrollar software, así que trabajé primero en desarrollo de sistemas para el área de salud.

Además del 2006 al 2012 hice un doctorado en física en la Universidad de Drexel. Ahí fui administradora de sistemas del Departamento de Física, con lo cual todo lo que aprendí en el DC lo pude aplicar como sysadmin. Entonces mientras cursaba mi doctorado trabajaba part-time.

¿En qué momento llegó la oferta para trabajar en Intel y cómo fue esa experiencia?

En el 2015 me llegó la propuesta de Intel, en el marco de una campaña que buscaba incorporar más mujeres a su plantel y por eso me contactaron vía email. Tuve varias entrevistas y empecé a trabajar en un área de redes de alta velocidad de Intel, donde estuve cuatro años. Aprendí a hacer software en una compañía cuyo equipo era de veinte personas, aprendí que había procesos que respetar cada vez que programaba un pequeño pedazo de código nuevo. Yo sabía programar, pero siempre venía trabajando individualmente, así que fui medio cuesta arriba hasta que aprendí a manejarme con esa dinámica. Primero porque son millones de líneas de código, y hay alguien atrás que tiene que testear que no rompas nada, luego porque hay protocolos del equipo a respetar.  Lamentablemente después de cuatro años Intel decidió que cerraba todo. Al final no les importaba la diversidad e inclusión, y de 300 ingenieros que éramos, quedaron solo 20. Y por cuatro años de trabajo solo me pagaron dos meses de sueldo como compensación.

Entonces estuve unos seis meses sin trabajar. Y aproveché el tiempo.

Por un lado me puse a capacitarme en Java, lenguaje que no sabía y así refrescaba ciertos algoritmos. Las pruebas de coding de las entrevistas laborales de las empresas son difíciles, vos tenés que codificar todo en el momento y el evaluador está viendo la pantalla del otro lado. Habré hecho unas 25 entrevistas así y es realmente agotador porque algunas llegan a durar tres horas. Pero si uno va preparado y se capacita cada vez más en nuevas herramientas, obtiene mejor desempeño.

Por otro lado, estuve aprendiendo sobre bioinformática, trabajando en análisis de datos y secuenciamiento de RNA en el Departamento de Inmunología de la Universidad Jefferson y pude publicar un paper sobre una de nuestras investigaciones, haciendo interface con biólogos y médicos en el trabajo de marcadores celulares. Fue muy interesante porque no tenía idea del tema y trabajé en esto entre 2019 y 2020.

¿Y cómo surge tu incorporación a Cornelis Networks?

Con lo que pasó de Intel, algunas de las personas que habían trabajado allí junto con otros ingenieros armaron una empresa que se llama Cornelis Networks (una spin-off  de Intel porque el producto que vende también son redes de alta velocidad), donde estoy trabajando desde 2021. Es una compañía que ofrece estructuras de alto rendimiento especialmente diseñadas para computación de alto rendimiento (HPC), análisis de datos de alto rendimiento (HPDA) e inteligencia artificial (AI).

Ahí hice un primer contacto con antiguos compañeros y compañeras, fue súper importante porque ya me conocían y sabían cómo trabajaba. Así que fue más relajado, en el sentido de que había buen clima entre nosotros y el trabajo es súper interesante.

¿De qué se trata el trabajo actual?

Estoy trabajando como Ingeniera de Software HPC. Después de haber pasado por varias áreas en esta compañía, ahora me encuentro en el área de testing. En este momento, la alternativa que tiene Cornelis Networks (CN) es que acepta tanto chips de Intel como los AMD y no necesita comprar todo el sistema cerrado: se pueden comprar componentes de Intel, desarrollar nuestro propio hardware y comprar discos a otras marcas. El objetivo de CN es intercambiar datos muy rápido en redes para HPC, ¿cuán rápido? Ahora estamos en 100 Gb/s, próximamente lo duplicaremos y para fin de año estamos planeando llegar a 400 Gb/s. En vista a este nuevo producto, el testing es muy importante para que el software sea confiable, especialmente a estas velocidades. Llegamos a estar entre las 100 máquinas más rápidas del mundo.  Algunos de los clientes son grandes automotrices de Europa pero también la NASA, organizaciones gubernamentales y universidades.

La realidad es que desarrollamos diferentes capas de estas redes y protocolos Interconnect para simulación en la nube. Uno de los focos puede ser el almacenamiento de datos, transmitir millones de datos a un archivo, los datos no tienen que ser corruptos, tiene que haber seguridad en los protocolos y hay ciertos caminos óptimos que tienen que recorrer.

En mi caso trabajo con MPI en testing que puede ser funcional o de performance en HPC. Hacemos distintas pruebas de software y hardware para testear cómo se comportan las máquinas de estas redes, y verificar si la performance está en los rangos adecuados, o en los límites que tiene que estar, ya que son redes de muy baja latencia. Con eso tenemos benchmarks que nos permiten mejorar el servicio y usarlo para aplicaciones en la nube o aplicaciones de cálculo en simuladores.

Claramente hiciste de todo, desde estar en la academia en disciplinas como computación, física y bioinformática hasta posicionarte en la industria de software.

La verdad, nunca pensé que iba a entrar a trabajar a Intel con 55 años, momento en el que a uno le suelen decir “ya fuiste”. Y no hubo ningún problema, mientras a uno la cabeza le dé. Veo que hay gente mayor trabajando en compañías de software, mezclada con gente joven que también que recién inicia su carrera y es muy rico ese intercambio generacional en las empresas. Llegar a hacer un doctorado, meterme con temas de bioinformática y salud, son cosas con las que sigo aprendiendo y creciendo. Además sigo dando clases en la Universidad de Pensilvania y en la Universidad St. Joseph’s, y participé en distintas charlas y paneles de mujeres en física y computación.

Sinceramente creo que la experiencia que me dio el DC fue fundamental para encarar cualquier problema en cualquier institución o empresa, sea pública o privada. Los docentes que estuvieron en mi época fueron fabulosos. Recuerdo a Esteban Feuerstein, Nicolás Kicillof, Gabriel Wainer, Claudio Righetti y por supuesto a Patricia Borensztejn e Irene Loiseau, entre muchas otras, y a Aída, que si bien no era profesora, fue muy importante para mí. Realmente era una comunidad, no dudo que lo sigue siendo; y fue muy entretenido, agradable e increíble trabajar allí. Nunca me voy a olvidar de todo lo que viví en el DC.