Con el objetivo de garantizar el acceso a la formación universitaria para personas que se encuentran privadas de su libertad ambulatoria, el Programa UBA XXII nació en 1985 como un proyecto único en el mundo y Exactas lo lleva adelante desde 1991 dictando talleres extracurriculares de computación. En el año 2001 se creó en la Facultad la Coordinación del Programa, a cargo de Nair Repollo, con el propósito de hacer crecer al programa, ampliar su llegada a una mayor población carcelaria y abrir nuevos laboratorios de computadoras. En esta nota conversamos con la coordinadora sobre los pormenores de Exactas en UBA XXII.
UBA XXII es un programa inédito que se creó el 17 de diciembre de 1985, con la vuelta de la democracia al país. En ese entonces, el convenio firmado entre la Universidad de Buenos Aires y el Servicio Penitenciario Federal (SPF) determinaba que “los internos alojados en Unidades del SPF, sin ningún tipo de discriminación, podrán iniciar y/o completar los estudios universitarios”. En este contexto, el Programa UBA XXII de educación en cárceles dio su primer paso, y comenzó a funcionar en el primer cuatrimestre de 1986, cuando se dictaron las clases de varias de las materias del CBC en la ex Unidad 2 de Devoto, ahora Complejo Penitenciario Federal de la Ciudad de Buenos Aires, y luego también algunas carreras de grado (que no requieran el desarrollo de trabajos prácticos imposibles de desarrollar en las unidades del SPF).
La impulsora de aquella idea transgresora fue la educadora Marta Laferriere, quien -recién llegada de su exilio político en Venezuela- comenzó a pergeñar los pilares de un proyecto que, casi cuatro décadas después, continúa en plena vigencia y cuenta con más de 500 graduados que completaron sus carreras, tanto dentro como fuera del sistema penitenciario. Según se detalla en el sitio web del programa, su metodología de cursada lo distingue del resto de las propuestas universitarias, le otorga la condición de experiencia inédita y, para sus estudiantes, constituye un invalorable capital al momento de su reinserción social e influye de manera notable en la tasa de reincidencia.

Créditos: Notas Periodismo Popular
¿De qué modo Exactas adoptó el programa como un eje de sus actividades de Extensión? En 1991 Guillermo Durán era Secretario de Extensión Universitaria de Exactas y decidió insertar a la facultad en la educación universitaria en las cárceles, para dictar los primeros talleres extracurriculares de computación abiertos a todos los internos, más allá de que cursen o no carreras de la UBA. Y en 2001 se creó la Coordinación del Programa para descomprimir al Secretario de Extensión de la tarea de llevarlo adelante y que haya un rol separado que administre sus funciones.
“Cuando iniciamos la coordinación del programa estaba creciendo paulatinamente, tenía tres docentes pero solo funcionaba en la cárcel de hombres de Devoto y en la de mujeres de Ezeiza. Son más de 20 años de trabajo de campo y la experiencia adquirida es increíble”, comenta Nair Repollo, Coordinadora de los talleres de computación en Exactas y Licenciada en Trabajo Social de la Universidad del Museo Social Argentino. Cuando Nair comenzó con el programa, tenía todas las ganas y desafíos, que hoy siguen vigentes en la tarea. “Uno de nuestros principales propósitos fue abrir los talleres de computación a toda la población carcelaria, ya que hasta ese entonces era solo para alumnos universitarios y llegaba al 10% de la población. Con el tiempo se pudo llegar al 40%, el único requisito para poder cursarlo es que el interno sepa leer y escribir. Más allá de las variables de deserción, cientos de personas concluyen el programa. Además, nos propusimos que el programa sea un puente de acceso a la universidad para esta población, ya que de este modo toman un contacto real con el mundo universitario”, recalca la coordinadora.
Actualmente el programa funciona en 4 penales distintos: Centro Universitario Devoto (CUD), Centro Universitario Ezeiza (CUE), Centro Federal de Detención de Mujeres (Unidad 31 Ezeiza) y Complejo Penitenciario Federal I (Ezeiza). Cada referente interno del penal difunde el taller para poder captar potenciales interesados y facilita la tarea administrativa de la facultad. Si bien en sus comienzos se enseñaba una introducción a la alfabetización informática (uso de dispositivos, periféricos, almacenamiento, sistema operativo, etc.), hoy la propuesta se adapta a las particularidades y grupos de cada curso de acuerdo a la edad, dónde está alojado y los conocimientos previos. En este contexto, los talleres pueden incluir desde conocimientos de Office y presentaciones en PowerPoint hasta diseño gráfico en Canva e introducción a la programación. “Este año logramos tener Internet en los penales y desde hace un tiempo las sedes cuentan con laboratorios muy bien equipados y renovados en su totalidad, lo cual nos facilita muchísimo el acceso a las herramientas y la posibilidad de actualizar los contenidos. Además abrimos un nuevo laboratorio en la Colonia Penal de Ezeiza nro. 19”, destaca Repollo. Al mismo tiempo, complementa que una de las particularidades de los talleres es que son altamente participativos, ya que la metodología permite que los cursantes se apropien del contenido y vayan diseñando su propio recorrido de cursada. “Trabajamos sobre el compromiso y hacemos que los alumnos se corran de la lástima para conseguir cosas, algo que suele ser común en ese ámbito. Ellos se dan cuentan que pueden lograr objetivos de otra manera y les produce mucha satisfacción”.
En cuanto al perfil de los docentes, el plantel de Exactas está conformado por 3 ayudantes de primera y 6 ayudantes de segunda, todos concursados, y los cursos van desde 10 hasta 40 personas de acuerdo a la capacidad del laboratorio. “La vocación docente para desempeñarse en este ámbito no solamente es tener el conocimiento en informática, implica sobre todo trabajar con las particularidades de los grupos que se mueven en las aulas. El perfil de los docentes combina una experiencia de trabajo social, incluso en bachilleratos populares, ya que el trabajo se asemeja mucho al de un bachillerato popular”, explica la coordinadora.
El impacto de la pandemia y la recuperación pos-aislamiento
El aislamiento social propio de la pandemia fue problemático ya que las actividades siempre son presenciales y, al no tener conectividad, los alumnos de las carreras de grado quedaron un poco estancados. Recién en agosto de 2021 se pudo empezar retomar el programa, y después de abril de 2022 lograron tener Internet en los laboratorios. “Para los alumnos fue como un ‘doble encierro’, por así decirlo, ya que acudir a un centro universitario es como un grado de libertad que le gana al encierro penal. Se notó mucho este año cuando abrimos las inscripciones, la necesidad de asistir, el compromiso y también darse cuenta de lo que significaba el centro universitario para ellos. Si bien la pandemia nos aisló totalmente, fue una motivación para volver a los talleres”.
Repollo subraya que el trabajo en UBA XXII da satisfacciones enormes por experiencias concretas de progreso e inclusión social de las personas participantes, y a su vez no deja de tener dificultades. “Muchos ingresaron a un centro universitario con nosotros y después se insertaron en una unidad académica para seguir una carrera. Valoramos ese compromiso y esfuerzo, y para ellos significa una posibilidad de salir adelante”, afirma. Por otra parte, el programa encuentra obstáculos al estar atado a las políticas de cada sede penitenciaria (se gestiona en articulación entre la UBA, el Servicio Penitenciario Federal y el Ministerio de Justicia). “Muchas veces hay internas entre el Servicio Penitenciario y el Ministerio de Justicia que nos arrastran. En el año 2010, por ejemplo, nos cerraron laboratorios varios días y, en ese entonces, el decano Aliaga intercedió para lograr reabrirlos. A su vez, nos encontramos con argumentos desde el sistema penitenciario y la seguridad, que no tienen sentido, donde muchas veces no quieren que crezca allí el ámbito universitario o se busca frenar nuestra tarea”, aporta la coordinadora. Y remarca que la base del programa es igualar los derechos de acceso al conocimiento pero “evidentemente luchamos contra esas trabas y resistimos, porque los talleres siguen creciendo y llevan décadas de funcionamiento exitoso”, concluye.
Notas de interés sobre UBA XXII